xArix
¿Quién no ha sentido esa sensación (redundando la redundancia) de sofoco y ahogo cuando uno se asoma a la nevera y ve que está pelada y justo en ese momento tenía un hambre tan grande como la papada de Falete?


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Hay que ir al súper y rápido antes de que la nevera se congele a sí misma.


NOTA: En toda nevera a fin de mes siempre hay alguna verdura -comunmente coles o zanahorias-, un brik de algo (semivacío) y una caja con algo que no gusta a nadie y que ninguno sabe por qué se sigue comprando.


Pues bien, lo primero es coger el coche e irte al súper. Según la ley de Murphy, tu súper más cercano estará cuesta abajo, lo que te obliga a coger el coche a la fuerza a no ser que quieras que más tarde te amputen los brazos.





Llegas al súper y descientes por la rampa que te llevará al primer jefe del supermercado: El Parking. Sí, ese laberíntico lugar lleno de columnas tocapelotas y estructura sin ningún tipo de sentido... Encontrar aparcamiento ya es jodido, y aparcar ni os cuento porque seguro que vayáis a la hora que vayáis seguro que os toca el aparcamiento de la esquina, el que tiene más maniobras. Eso es típico de ir al súper.


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Media hora después, cuando has dejado el coche bien aparcado y te dispones a salir, ves que el que tiene el mejor aparcamiento, el más cercano a la salida, ese que con un simple giro estás fuera, se marcha. Pero claro, moverse es tontería después del pedazo de esfuerzo que te ha costado meterte en ese agujero... También, antes de subir al súper verás como alguno se pone en el aparcamiento molón con una sonrisa de oreja a oreja.


Ya súper jodido y eso que no has empezado a comprar, subes a la planta del súper y te das cuenta de la realidad: Tú no eres el único que ha cobrado a fin de mes.


¡To kiski ha ido al súper justamente el mismo día que tú, a la misma hora!


Ya te haces a la idea de que eso va a ser un mercadillo más que otra cosa, así que vas a por tu carrito asqueado, con ganas de volver a casa para no hacer nada (otra vez).

Y sucede... el tópico asqueroso de siempre. No tienes suelto...


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En el carrito hay que meter 50 céntimos o 1 euro, resulta que tienes una moneda de 2 euros y otra de 20 céntimos... ¡VALE! Ya va siendo hora de que cuando se cobre la nómina te den el euro del supermercado incluido, pegado a la cartilla. Anda que no ahorraríamos disgustos...

En fin, te las apañas como sea y tras otra media hora consigues el carrito para pasearte por el súper cuando de nuevo ocurre el todopoderoso tópico: Te has olvidado la lista de la compra.


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Mantienes la calma, no has tardado media hora en aparcar y otra media en coger un put* carrito para ahora echarte atrás, total, no es tan difícil ¿no?


Pos vale, ahora toca ir por las distintas secciones supuestamente claras. ¡Supuestamente!

Vas andando y te sale un cartelito "charcutería" y una flequita a la izquierda. Luego detrás "productos de limpieza" y flechita a la izquierda, "galletas" y flechita a la izquierda... ¿En qué quedamos? ¿Dónde cojones está la charcutería? A todo ésto... ¿Qué hace la carne que me voy a comer en el mismo sitio que la lejía?

Y ya no hablemos de encontrar los productos pequeños como la sal, la cual es como un "encontrar a Wally". Nadie sabe donde está, nadie la ha visto, pasa desapercibida como las legañas de los topos. Recorres medio supermercado buscándola, no hay un puñetero ayudante que te eche una mano y para colmo el camino que estás siguiendo está hasta arriba de carritos sin dueño mal aparcados que te impiden el paso. Próximo invento: bocina para carritos.

Al final te rindes y le preguntas a cualquier señora, la cual te dirá de primera mano dónde está la sal, con una rapidez que ni Fernando Alonso huyendo de Renault. Vas al sitio que te indica y ahí está la condenada, en un rincón, junto a las bolsas de basura... Quien organice los supermercados primero debería organizarse su propia vida.




Ya no hablemos de que cuando te has acostumbrado a tu mercado, te conoces todos los recovecos y donde está cada cosa, te cambian todo de lugar... Donde estaba la pescadería, ahora están los pañales de los críos y donde estaban los quesos ahora está la charcutería. ¿Pero qué leches es eso? ¿Acaso no se dan cuenta del trabajo que a uno le cuesta aprenderse dónde están las cebollas? Ala y otra vez... Pero eso no es todo porque cuando ya cojas confianza te lo quitarán otra vez de sitio y así en un bucle infinito que se extiende por todo el universo.


Es que es muy jodido.


Vas caminando y te vas fijando en las atractivas ofertas "Perchas 3 euros y te llevas dos". Joder, qué mierda, sólo son perchas... Pero claro, son tres euros... ¡PARA QUÉ QUIERO YO UNA MALDITA PERCHA SI SIEMPRE ME PONGO LO MISMO!... Pero es que tres euros...

Al final acabas metiendo seis perchas.


Una pregunta, ¿por qué no hacen descuentos tan bonitos con los langostinos? Digo yo que también es un producto del supermercado.

No sé si os habréis dado cuenta de que los productos están colocados de forma que atraen al visitante con sus llamativos colores y sus estructuras veraniegas... Efectivamente, para atraerte a comprar cosas inútiles, entre ellas la cosa de la nevera que nadie nunca se come y que nadie sabe por qué se sigue comprando.


Y luego, hablemos de la columna de las narices. En todo pasillo hay una columna y al lado de la columna un carro aparcado que te impide ir por ahí. En teoría lo lógico sería ir por el otro lado, pero no, no se puede. ¡Por que ahí no cabe ni un folio! ¿Cuál es la función de la bendita columna en medio del pasillo? ¿No había otro lugar como por ejemplo en el rincón de la sal?

Y ya vámonos a otro tópico, vas por ejemplo a la zona de los yogures a comprar un yogur ni más ni menos, un yogur. Llegas y te encuentras tantas cosas que ya no sabes lo que es un yogur... Que si con fibras, que si desnatados con 0% de materia grasa con vitamina D y L-casey... Tú quieres un yogur, de los de toda la vida... ¡UN CONDENADO YOGUR! Al final coges alguno que haya salido en los anuncios, total la tele siempre tiene la razón.





Y así, de aventura en aventura, de una esquina a otra del súper; porque ésta es otra, si vas por un producto, el siguiente de la lista estará en el otro extremo, terminarás con el carro hasta arriba de cosas las cuales no tenías planeadas comprar y llegas a la caja registradora.

Ahí se producirá otra de las leyes de Murphy inquebrantable y perenne por los siglos de los siglos: Da igual cual escojas, la otra cola siempre irá más rápida.


Así pues te tiras una hora con tu carro, los helados derretidos, los congelados cocidos y tu paciencia ardiendo. Entonces te toca, sí te toca cuando te viene uno con una caja y te dice "¿Me deja pasar por favor? Es sólo ésto". ¿Qué haces? ¿Le dices que no y quedas como un egoísta enfrente de toda la gente de la cola con la que ya has hecho una amistad? No, déjale pasar, total sólo es una caja.




En fin, ya te toca, ahora sí que sí. Vas poniendo las cosas en la cinta con decisión echando un pulso con la cajera a ver quién termina antes, picándoos mutuamente en ver la velocidad de cada uno. La muchacha va a toda pastilla y cuando ya has terminado de descargar todo el carro, ella ya ha terminado de pasarlos por caja y tú aún sin meterlos en las bolsas...

Ella te dice el precio mientras tú, con una mano en una bolsa metiendo el pan bimbo y la otra sujetando la cartera empiezas a hacer cálculos mentales de lo que tienes. Se produce un momento crítico:

"¿Tiene usted suelto?"


Esto es algo que siempre ocurre. Vayas a la caja que vayas, la muchacha nunca tendrá suelto.


Como te da pena, pues intentas buscarle unas moneditas con el dedo meñique puesto que con el resto de dedos estás sufriendo la gota gorda metiendo los bricks de leche en una bolsa junto con el sofrito de champiñones.

Así pues ya no sabes lo que le das y continuas metiendo cosas en las bolsas ya hasta con la boca y entonces la muchacha te da el cambio para que lo cojas... Porque tienes la boca ocupada con el asa de la bolsa porque sino le dirías de todo, entre otras cosas que no tienes cuatro brazos.

Pero ella pasará de tí, te dejará el dinero ahí y comenzará a cobrarle a otra persona.


En serio, ladrones del mundo, robad en las cajas registradoras, pilláis fijo.

En fin, surge una prolongación de tí en forma de tercer brazo por la zona del pecho para coger el dinero. Dicha prolongación desaparece, nadie la ha visto más de un minuto y medio.

Así pues con tu carro lleno, con los brazos jodidos de tanto meter cosas en bolsas y en definitivas cuentas asqueado desde que saliste de casa, comienza la etapa feliz en la que ya llegas a tu casa para no hacer nada (otra vez).


Para empezar, pierdes el ascensor justo en el segundo antes de que cierre.

Después tienes que desaparcar del sitio que te costó media hora entrar... Te costará 45 minutos salir y para colmo tendrás a alguien detrás tuya esperando a que salgas y metiéndote prisa.

Después sales de ahí y pillarás el atasco, para colmo es cuesta arriba.

Llegas a tu garaje, estás en casa. Pero aún no has terminado porque hay que descargar y para colmo tu plaza de garaje estará al fondo y tu casa lejos, lejos. En consecuencia, tendrás los brazos inutilizados para todo el día.


Así, cual náufrago en una isla o un nómada perdido en un desierto, atraviesas el largo camino desde el garaje hasta el portal de tu casa que ahí, cual oasis, te espera y, en lugar de hacerte el trayecto ameno, vas viendo que se aleja cada vez más de tí.

Al final llegas, abres la puerta de tu casa, suspiras, te sientes feliz...



Listo ¿verdad?


¡NO!



Hay que descargar las bolsas del súper, todas ellas, los más de 50 artículos que has comprado y más te vale meterlos bien que sino se te ponen malos.





En resumen. Ir al súper es una verdadera putada, aún no entiendo como algunas mujeres lo encuentran atractivo, es una locura.





Que Arisugawa esté con vosotros