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Nina y el bebé calavera.
Secuencia de los viajeros del olvido.



Nina era una niña alegre, risueña y encantadora. Su cabello castaño era rizado y brillante. Era una niña feliz. Vivía con sus padres en una casita ni demasiado grande ni demasiado pequeña, con habitaciones para ella, sus padres y una de invitados; los balcones estaban orientados al mar y la luz del sol entraba dando la impresión de que estaba viviendo en un pedacito de cielo.

La habitación de Nina era de colores alegres, su padre se la había pintado con esmero y cariño. En las estanterías había libros, dibujos, peluches y algún que otro diploma o trofeo por el cual sus padres la habían felicitado con fervor. Era una niña feliz.

Nina era una buena estudiante, aunque no le gustaba nada la clase de lengua porque se tenía que sentar al lado de una niña molesta y caprichosa llamada Mimí. Pero salvo ella, se llevaba bien con toda la clase y los profesores nunca tenían quejas sobre ella y por eso, sus padres estaban contentos y la querían mucho. Era una niña feliz.

Un día la mamá de Nina le dijo que venía de camino un hermanito. Nina a sus casi ocho años no entendía muy bien cómo podía venir un hermanito andando si era un bebé. Su madre reía, el padre también y Nina también lo hizo.

Nueve meses después, Nina acompañó a su padre al hospital para ver a mamá donde había ido a recoger a su hermanito. El padre, siempre lleno de imaginación, le contó a Nina que tras el viaje tan largo de su hermanito, tenían que ver en el hospital que estaba bien. Aun así, Nina no entendía porqué tardaba tanto un hermanito si existía el avión. El padre rió y Nina también lo hizo.

La habitación donde estaban la madre y el hermanito de Nina, era la número quinientos cuarenta y tres, no le gustó nada a Nina; era un número feo.

Cuando entraron, el padre se acercó a la madre y le besó en la frente. Ambos esperaban la reacción de Nina mostrándole a su hermanito con orgullo en sus caras.

Pero Nina no se movió, eso no era un hermanito, era una calavera.

Pequeñito, menudo, con unos dedos demasiado largos para ser un bebé, pelusa en la cabeza y una calavera amarillenta y mugrienta donde tendría que tener la cara. La madre decía que era una preciosidad de niño, el padre también. La madre rió, el padre rió, Nina no lo hizo.


Nina entró a la secundaria con las mejores notas de la clase y muchos premios tanto académicos como en deportes. Ese año su hermanito entraría en el colegio y la madre estaba muy preocupada. No había cambiado nada, su cara seguía siendo una calavera, con la salvedad de que ahora podía caminar y comer solo.

El padre apuntó al hermanito a fútbol, pero no le gustó; la madre le apuntó a música, pero no le gustó; Nina le dijo que podía apuntarse a teatro, misteriosamente eso sí le gustó. La madre abrazó a Nina y sonrió, el padre también, Nina y su hermano se miraron fijamente sin mudar la expresión de su cara, pero sus sentimientos internos eran distintos.


El hermanito ya estaba en el colegio, era un buen estudiante, como Nina; era buen deportista, como Nina; y le gustaba a todas las chicas. La madre se sentía orgullosa, el padre bromeaba con su hijo sobre "cosas de hombres" y Nina no lo entendía, seguía viendo una calavera macabra.

El hermano calavera hacía dibujos de personas cubiertas de rojo. Nina lo sabía y se lo dijo a su madre, luego a su padre; los dos la regañaron por primera vez y la hicieron llorar, también por primera vez.

Un sábado, la habitación de Nina apareció destrozada, sus padres la regañaron por haberlo hecho y por eso no pudo salir con el chico que le gustaba. Nina vio una sonrisa curva en la calavera.

El gato de Nina, que tanto adoraba la madre, apareció muerto en el jardín en los días donde Nina se preparaba para ir a la universidad y el hermano entraba en la secundaria. El collar del gato estaba en la maleta de Nina, la madre le dio una bofetada y la volvió a castigar mucho tiempo. La sonrisa de la calavera erizó los pelos de la nuca de Nina.

Nina siguió estando castigada mucho tiempo, los padres ya no le sonreían. Sólo al hermanito cuya calavera se había vuelto más larga y sus ojos más fríos y oscuros. Hasta ese momento, Nina y él jamás habían hablado.



El día en que sus padres aparecieron muertos, llenos de sangre, con sus amables caras presas del terror, en la casa destrozada; Nina lloraba, lloró muchos días y sabía que continuaría llorando. El hermano calavera mostraba una mueca cínica. Y en el entierro, Nina ya no tenía el pelo brillante sino opaco, ya no tenía la mirada alegre sino negra y ya no era una niña feliz. Era una niña triste.

Nina estaba sentada delante de muchas personas que no conocía, aquel que decía ser su abogado, un hombre severo vestido de negro con una maza en la mano, y el hermano calavera mirándola fijamente sentado frente a ella. El hombre vestido de negro dijo que Nina era mala, muy mala, así que la tenían que encerrar para que no saliera más. Estaba castigada, pero no una semana o dos como lo hacían sus padres, sino para siempre. Ya no podía terminar la carrera ni volver a ver al chico que le gustaba, ni siquiera acabar el dibujo que pensaba mostrar a su madre.
Cogieron las delgadas muñecas de Nina y las apresaron con hierros fríos que le hacían daño y la arrastraron con rudeza.

La gente en la calle la llamaba por nombres desagradables y el chico que le gustaba la miraba con odio.

Cuando metieron a Nina en el coche con rejas, vio a su hermanito a lo lejos con un papel en la mano. Se lo mostró torciendo la calavera con asco. Era el dibujo que Nina estaba haciendo con tanto cariño. Lo rompió en pedazos pequeñitos, regocijándose de la cara de terror de Nina.

Nina fue encerrada en un sitio húmedo y frío, sin luz del sol y sin vistas al mar. Era gris y por las noches negro y no había nada que le gustara; la comida siempre estaba cruda y tenía mal aspecto. Nina perdió la voz, la sonrisa y las compañeras de la habitación negra con rejas se encargaban de que ni apareciera un amago de cara alegre. Era una niña triste.

Un día, Nina vio a su hermanito calavera con una nueva familia feliz y un hermano mayor. El hermano calavera miró hacia donde estaba Nina y rió estruendosamente, señaló a su nuevo hermano y se pasó el dedo por el cuello imitando un cuchillo. Nina estaba enfadada, jamás diría lo que haría el hermanito, Nina no podía perdonar a nadie, ni siquiera al chico que le gustaba y ya no quería a sus padres.


Al cabo de los años, Nina estaba demacrada y marchita, su cara tan gris como las paredes de su habitación con rejas, sin luz y sin vistas al mar. Ya no tenía pelo sino pelusa, y sus dedos eran demasiado largos, se hizo pequeñita y menuda y apenas tenía fuerzas.

A nina siempre le dieron miedo las calaveras.




Acabó siendo ella misma una, afortunadamente, nunca lo supo.









Das ende.





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Hacía mucho que no subía uno de mis relatillos. Éste tiene ya unos mesecitos pero me parecía oportuno que tuviera un hueco en éste blog personal.



¡Dentro de poco las tiras cómicas! Sí, sí, estoy haciéndome de rogar pero creo que éste relatillo de la saga de los viajeros del olvido puede calmar la espera :3





Que Arisugawa os acompañe
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1 Response
  1. Elena Says:

    Aws! Macabro y adictivo a la vez. Lo he leido más de una vez. Y cuando encierran a Nina.. ;_;

    Espero que subas más como este.

    Bye!